TIME IS MONEY: LA ECONOMÍA DEL TIEMPO ( I )
Todo tiene su momento y todo cuanto se hace debajo
del sol tiene su tiempo. Hay tiempo de nacer y tiempo
de morir;
tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo
plantado; tiempo de matar y tiempo de curar; tiempo
tiempo de destruir y tiempo de edificar;
tiempo de
llorar y tiempo de reír; tiempo de
lamentarse y tiempo
de
danzar; tiempo de esparcir las piedras y tiempo de
amontonarlas; tiempo de abrazarse y tiempo
de
separarse; tiempo de buscar y tiempo de
perder;
tiempo
de guardar y tiempo de tirar; tiempo de rasgar y
tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo
de hablar;
tiempo de amar y tiempo de aborrecer; tiempo
de guerra
y
tiempo de paz.
ECLESIASTÉS, 3, 1-8
Time is Money,
sentencian los americanos. El tiempo es
oro, decimos nosotros, añadiendo a la cruda materialidad sajona una cierta
–más aparente que real- connotación estética.
Frente a esta
afirmación, de alcance universal, las almas bienpensantes se han rebelado
siempre. El tiempo es algo demasiado valioso para convertirlo en moneda de
cambio; el tiempo es algo sublime, puro, es un valor superior. Hay cosas que no se pueden comprar,
proclaman esas almas bienpensantes, añadiendo el tiempo a la lista de
dimensiones y virtudes que, como la amistad o la honestidad, constituyen lo
mejor del ser humano.
Sin embargo, si nos
atrevemos a mirar bajo la brillante –y en apariencia compacta- superficie de
estos argumentos, podemos extraer algunas reflexiones valiosas. De entrada,
parece que con ellos se limita la economía al ejercicio de la compra-venta. De
acuerdo: comprar y vender son operaciones básicas de la economía, el grado cero
de la economía, por así decirlo. Con ellas, a los objetos se les asigna un
valor cuantificable, un precio. Ese valor va asociado a la invención del
dinero. Así, las cosas, los objetos que en sí mismos están dotados de
cualidades (por ejemplo, el cuchillo afilado,
el coche veloz, la obra de arte bella), adquieren un valor
cuantificable: aquello que valen en relación a los otros objetos del mundo:
así, por ejemplo, la obra de arte puede ser más valiosa que un coche, que de
seguro es más valioso que un cuchillo, y así sucesivamente, en virtud del valor
relativo que por mediación del dinero les ha sido asignado. El dinero se
constituye, de este modo, en el objeto por excelencia, aquél que permite
intercambiar todos los demás objetos del mundo entre sí.
Se dice, por ejemplo,
volviendo entonces al argumento anterior, que la amistad no se puede comprar. Y aunque como principio ético nos
vale, en la realidad vemos que sí puede ocurrir. Como contrapartida, también se
dice que todos tenemos un precio… y
en estos tiempos en que la crisis económica generalizada está desvelando que la
corrupción se ha infiltrado en las vidas de las personas mucho más de lo que
nunca nos hubiéramos atrevido a admitir, hemos de reconocer que los antiguos
valores (valor, por cierto, es un término económico) son los que están en crisis junto con la economía… ¿habrá un
paralelismo que aún no ha sido suficientemente pensado? Vamos a dejar, por el
momento, la pregunta ahí.
Hablábamos de cualidad
y de cantidad. En nuestra civilización occidental, heredera del maniqueísmo,
tan dada a dividir el mundo en dos, nos hemos empeñado desde tiempos
inmemoriales –al menos desde Platón- a separar el mundo de las Ideas, sublime y
perfecto, del mundo de las cosas, efímero y caduco. Por ejemplo, con la alianza
entre el platonismo y el cristianismo, aprendimos a venerar el espíritu, el
alma, y a condenar la carne. En definitiva, a apreciar la cualidad y a
despreciar la cantidad.
Ahora bien. El tiempo
se nos presenta aquí como algo problemático. Porque el tiempo es algo
cuantificable: lo dividimos en segundos, minutos, horas, días, siglos, eras,
etc. Se puede medir. Y a poco que sigamos en este sentido, podemos pensar la
relación del tiempo con el dinero. Un antiguo amigo me dijo una vez que el
trabajo no era ni más ni menos que el acuerdo entre dos personas: una posee
dinero y la otra dispone de tiempo; la primera compra el tiempo de la segunda.
Luego vemos que el tiempo, en el origen mismo de la economía, ya es dinero. Las
almas bienpensantes no pueden –o no deberían- escandalizarse de esta deducción,
porque es irrebatible. Me discutirán que el tiempo es otra cosa; los marxistas
me dirán que no es el tiempo, sino la fuerza de trabajo… tal vez, pero la
primera mercancía es el tiempo.
¿O tal vez es que hay
dos tiempos, uno que se puede comprar y otro que no se puede comprar? Los
romanos lo dividían en otium –ocio- y
negotium –neg-ocio, es decir, lo
contrario del ocio, su negación. ¿Dónde comienza cada uno? Vamos a pensar por
un momento en la infancia. El niño, a medida que va creciendo, se va regulando
por determinadas medidas del tiempo, la más básica de las cuales es el día y la
noche: un tiempo de dormir y un tiempo de estar despierto; en parte, hay una
serie de ritmos biológicos que contribuyen a establecer la objetividad de ese
tiempo. La alimentación es el segundo elemento que regula el tiempo del niño. Y
ahí vemos que la supuesta objetividad del tiempo ya es imposible, porque hay
padres que son más flexibles y padres que son más intransigentes con dichos
ritmos, lo cual tiene consecuencias en el crecimiento físico y psicológico del
hijo. Con la adquisición del caminar o del lenguaje, también observamos
diferencias muy pronto: hay niños precoces y niños retardados con relación al
desarrollo de ambas habilidades. La relación del niño con su propio
crecimiento, como vemos, no depende del todo de él. Posteriormente, se acomete
la ardua labor del control de esfínteres, y en esto la variedad de conductas
resulta curiosa. El hecho de que no se pueda orinar o defecar en cualquier
sitio significa que tampoco se puede hacer cuando uno quiere; a menudo hay que
“aguantarse”. El empeño de muchos padres en poner a sus hijos a hacer sus
“necesidades” cuando no tienen ganas ilustra las formas diferentes en que se
puede imponer esta disciplina del tiempo… ¡y aun hay adultos, como se dice
vulgarmente y disculpen la expresión, que cagan
como un reloj! O la obsesión por la rapidez y la eficiencia en la vida cotidiana, por poner otro ejemplo, define al cagaprisas.
Luego la constitución del tiempo parece que algo tiene que ver con el Otro, con los otros que resultan significativos para el niño… porque, vamos a decirlo claramente, cuando el padre o la madre imponen reglas de conducta, imponen una violencia necesaria para el desarrollo psíquico del pequeño, que debe renunciar a placeres y necesidades que hasta ese momento no habían tenido control de ningún tipo: el niño se va a resistir de forma natural, pero para convivir con los demás deberá renunciar de forma dolorosa a la inmediatez de sus necesidades y deseos, para posponerlos, para dilatarlos. Y a la vez, el hecho de que papá o mamá quieran de mí esto o aquello, condiciona primero una determinada forma de conseguir su amor, su aprobación, el que ellos estén contentos conmigo, pero es que además ese modelo va a condicionar en segundo lugar la forma en que yo me relacionaré con los demás en el futuro.
Así pues, si podemos expresarnos de este modo, el niño vive en una especie de presente eterno, ilimitado, del que es progresivamente arrancado por las exigencias de la cultura, que poco a poco va parcelando ese tiempo y, con ello, capacitándolo para la convivencia. El exceso o el defecto en esta violencia necesaria que se ejerce sobre ese tiempo originario tiene, como digo, sus consecuencias: desde el niño que se somete con facilidad -y que acabará cagando como un reloj para complacencia de sus padres- hasta el que se rebela contra ello -y ahí, desde el estreñimiento hasta la diarrea, pasando por la enuresis, hasta formaciones más complicadas como el colon irritable, una serie de síntomas se constituyen expresando distintas formas de resistencia a la renuncia de la pulsión o de fracaso de esa misma resistencia.
Madurar, por tanto, hacerse humano, implica, por tanto, salir del presente eterno edénico, paradisíaco, y hundirse en el tiempo finito, ser proyectado a un tempus dividido en pasado, presente y futuro, un tiempo que nos hace frágiles y, en definitiva, mortales.... pero humanos. La conciencia del paso del tiempo. Y por tanto, de su valor. El tiempo es oro...
Luego la constitución del tiempo parece que algo tiene que ver con el Otro, con los otros que resultan significativos para el niño… porque, vamos a decirlo claramente, cuando el padre o la madre imponen reglas de conducta, imponen una violencia necesaria para el desarrollo psíquico del pequeño, que debe renunciar a placeres y necesidades que hasta ese momento no habían tenido control de ningún tipo: el niño se va a resistir de forma natural, pero para convivir con los demás deberá renunciar de forma dolorosa a la inmediatez de sus necesidades y deseos, para posponerlos, para dilatarlos. Y a la vez, el hecho de que papá o mamá quieran de mí esto o aquello, condiciona primero una determinada forma de conseguir su amor, su aprobación, el que ellos estén contentos conmigo, pero es que además ese modelo va a condicionar en segundo lugar la forma en que yo me relacionaré con los demás en el futuro.
Así pues, si podemos expresarnos de este modo, el niño vive en una especie de presente eterno, ilimitado, del que es progresivamente arrancado por las exigencias de la cultura, que poco a poco va parcelando ese tiempo y, con ello, capacitándolo para la convivencia. El exceso o el defecto en esta violencia necesaria que se ejerce sobre ese tiempo originario tiene, como digo, sus consecuencias: desde el niño que se somete con facilidad -y que acabará cagando como un reloj para complacencia de sus padres- hasta el que se rebela contra ello -y ahí, desde el estreñimiento hasta la diarrea, pasando por la enuresis, hasta formaciones más complicadas como el colon irritable, una serie de síntomas se constituyen expresando distintas formas de resistencia a la renuncia de la pulsión o de fracaso de esa misma resistencia.
Madurar, por tanto, hacerse humano, implica, por tanto, salir del presente eterno edénico, paradisíaco, y hundirse en el tiempo finito, ser proyectado a un tempus dividido en pasado, presente y futuro, un tiempo que nos hace frágiles y, en definitiva, mortales.... pero humanos. La conciencia del paso del tiempo. Y por tanto, de su valor. El tiempo es oro...
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