domingo, 23 de junio de 2013

LA CASA Y SU SECRETA URDIMBRE



      Una casa es un texto, reza el título de la serie fotográfica de la artista Amparo Garrido, y, si hemos de leer este título "textualmente", podríamos decir que una casa es un tejido, que es como decir la hilazón, la urdimbre, la trama... de lo humano. Del mismo modo que los diversos tejidos celulares nos constituyen como cuerpo viviente, esta otra materia textil/textual, la casa, sustenta nuestro hacernos humanos: nuestros primeros pasos, las primeras experiencias, la vivencia del interior y del afuera...
       Tejidos de la casa que nos envuelven, que van arropando nuestro psiquismo con sensaciones y percepciones, la tersura de las sábanas que nos inducen el sueño, los claroscuros y penumbras del cortinaje, mecido por las brisas del exterior, el aroma de la ropa recién planchada, la naftalina que desprenden los roperos, la protección de las alfombras y, sobre todo, el armario (¡el almario, que diría Luis Rosales!)... el armario, lugar de los tejidos más íntimos y secretos, reminiscencia de lo femenino primordial, la piel imaginaria, origen y modelo de todas las caricias y de toda ensoñación táctil à la Gaston Bachelard.




       La casa, el hogar. No sólo el lugar de la infancia, del recuerdo, de la añoranza, ese espacio primero de protección y aprendizaje. También es la proyección de la propia persona, pues una casa "se va haciendo", nunca está "completa", se amuebla, se le da un estilo, un aire, una atmósfera, amén del estatus socio-económico y cultural de sus moradores... Se amuebla, dicho entre paréntesis, como se "amueblan" las cabezas, mejor o peor...
       Uno se a-propia de los espacios, los hace suyos, los habita, los inviste libidinalmente (gustamos de decir los psicoanalistas), esto es, encontramos en ellos aquello que pusimos, nos es devuelto como en un espejo: las primeras fantasías infantiles, los sentimientos más arcaicos y elementales; los fantasmas en los pasillos oscuros o debajo de la cama; las maderas que crujen solas por las noches, ominosas; el rincón solitario de los primeros juegos prohibidos; el desayuno somnoliento y apresurado antes de correr hacia la escuela; en fin, el inaccesible umbral del dormitorio paterno, lugar de los enigmas, de la escena primaria...

    La serie fotográfica de Amparo Garrido muestra una cuidadosa selección de esas atmósferas, de ambientes y estructuras visuales, fundamentalmente salones, cuartos de estar y también cocinas. No por casualidad o descuido ha obviado, ni tampoco por un irreflexivo pudor, los dormitorios o los cuartos de baño. su ausencia los desoculta de forma paradójica, desvelando con ello los lugares de aquello que no se nombra.
      Porque, por otro lado,no hay en las fotografías de Amparo retratos de personas físicas, aunque podemos adivinar la fisonomía y la apariencia, incluso los gestos espontáneos, de los habitantes de estos hogares: hay plantas, retratos (de vivos y tal vez también de muertos), objetos personales, ornamentos, se pueden leer los títulos de algunos de los libros en sus lomos... la acumulación, el cuidado, el orden o desorden, la distribución de los espacios, las formas de equilibrio interior más o menos logradas, nos hablan de todas y cada una de esas personas sin necesidad de tener que desvelar su identidad. es más, abren un espacio al observador para la conjetura, la reflexión, para una contemplación activa, aun a nivel inconsciente (esto quiere decir que su contemplación mueve algo en nuestro interior, pues todos habitamos un hogar, y es por ello que las casas de los otros siempre nos producen sensaciones, impresiones, nos dejan una huella, nos transmiten -como se dice vulgarmente- buenas o malas vibraciones... la casa del otro nunca nos deja indiferentes. Nos habitamos también los unos a los otros...)


      
       A pesar de todo lo dicho hasta ahora, advertimos que las fotografías de Amparo Garrido no se limitan a ser tableaux costumbristas, naturalezas vivas; no es un trabajo documentalista el suyo. no vamos a entrar aquí, porque no es este el lugar adecuado, a discutir sobre si la obra de arte debe seer neutral o comprometida, si posee de forma intrínseca una dimensión ética o no.
     Este comentario me parece pertinente, pues, en la mayoría de fotografías que componen la serie, Amparo ha introducido un elemento que, de cotidiano, amenaza con hacernos pasar inadvertidas algunas de las consecuencias que su presencia entraña. este elemento es la televisión.
      Fue FREUD quien introdujo en la reflexión occidental el concepto de lo siniestro. en español no podemos hacernos cargo de lo oportuno del mismo, pero pensemos que aquí se tradujo por siniestro el vocablo alemán unheimlich, cuya raíz léxica y semántica es Heim, esto es, la casa, el hogar. Como el mismo FREUD descubre, en un análisis etimológico asombroso, lo siniestro sería algo familiar, hogareño, que de repente se ha vuelto perturbador, inquietante, fuente de angustia, un-heim-lich.
       ¿Por qué introducimos lo siniestro así, d repente? Porque la televisión, a pesar de su popularidad, de ser la caja tonta que casi todos aceptamos en nuestros hogares como imprescindible, no deja de ser un elemento extraño, incluso inquietante (en muchos hogares, cada vez más, hay más de una, lo que nos recuerda muy libremente el relato de Cortázar Casa tomada, cómo esos extraños huéspedes fantasmales van apropiándose imperceptiblemente de los espacios de la casa..)
      a través de la TV (y algunos films contemporáneos se encargan de jugar con ello, véase el caso de Poltergeist, por citar sólo el ejemplo más clásico y evidente) entran emisarios del más allá, fantasmas, presencias amenazantes; en la pantalla, los sucesos más cotidianos pueden convertirse en la peor de nuestras pesadillas: contemplamos cosas que no queremos ver, ante las que cerramos los ojos o desviamos la mirada... en vez de apagar el aparato, porque sabemos que lo Real, lo terrible de la vida, aquello que no podemos asimilar de lo que ocurre en el mundo, de lo que nos ocurre a nosotros mismos, está ahí, no se puede eliminar, sólo podemos apartar la vista durante unos instantes. a veces incluso se nos anticipa que las escenas que siguen pueden herir nuestra sensibilidad...


      
      Amparo Garrido no se conforma tampoco con mostrarnos escenas de la vida real, a través de esos televisores encendidos como por descuido, pateras, inmigrantes, víctimas de la guerra... Introduce el cine: Vértigo, Fahrenheir 451, Metrópolis... Se encarga de recordarnos, a través de esa amable y deliciosa muchacha japonesa del film de Ozu, que sí, la vida es cruel, que la isla de paz que hacemos de nuestro hogar, nuestro refugio, nuestro útero hecho a medida en ocasiones, está asediado siempre por la posibilidad de la catástrofe o de la disolución (quién no ha tenido miedo alguna vez de que robaran en casa mientras dormimos, de dejarse la llave del gas abierta, de un cortocircuito, de que el bebé toque un enchufe o se asome por el balcón...). Buscamos seguridad en el hogar y descubrimos que la seguridad, como la paz, es quebradiza, frágil, a veces impotente, que no siempre estamos libres de peligro. Las obsesiones de los films seleccionados por Amparo nos devuelven a esa experiencia de la alteridad, del huésped no deseado, que nos amenaza desde afuera o... lo que es peor, desde adentro...



       Lo que, en definitiva, podemos aprender de todo este recorrido es que ese hogar que portamos en nuestro inconsciente está perdido para siempre, nunca podremos recuperarlo tal como fue o como debió de haber sido. Pero permanece la nostalgia, el anhelo de recuperarlo. La casa, decíamos antes, se va haciendo, pero nunca está "completa", nunca llegará a ser aquello que una vez fue para el niño que habita por siempre en lo más recóndito de nosotros mismos. Tarea ética que conjuga dolor y gozo, alegrías y sinsabores, comedia y tragedia. Más aún, construir la propia casa es también hacer un mundo habitable, acogedor, hospitalario: microcosmos a imagen y semejanza del macrocosmos. La casa es un texto que se va escribiendo mientras se vive... Hogar, dulce hogar...



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