sábado, 20 de julio de 2013



AMOUR, MON A(R)MOUR










El amor cortés es uno de los fenómenos que, si hemos de creer a Denis de Rougemont, en su ya clásico ensayo El amor y Occidente, más ha influido en el imaginario y en las formaciones simbólicas de nuestra cultura. Es un libro que les aconsejo a todos ustedes. Jacques Lacan, en su Seminario VII, La ética del psicoanálisis, lo nombra, aunque él personalmente prefiera los trabajos de Henry Corbin sobre la caballería espiritual en el sufismo y en el cristianismo. No voy a entrar en tan apasionante discusión, ni voy a glosar a estos autores, al menos no en esta entrada. Tan sólo quisiera dejar aquí un pequeño apunte que espero merezca su interés.

 

Y es que late en nosotros una extraña fascinación en la imagen que confronta y a la vez funde la desnudez o la pureza de vestimentas virginales en la mujer y la rutilante dureza de la armadura en el hombre. 




En este asunto, debemos ir más allá de escleróticas lecturas sobre la debilidad de uno de los sexos, tradicionalmente adjudicado al femenino, aunque no necesariamente. Podemos comprobar que de hecho, el uso de la armadura no es privativo de la posición masculina.



Sin embargo, a pesar de la existencia de mitos de doncellas y hembras guerreras, de amazonas fieras que subvierten esa consoladora y trasnochada certeza de que la mujer es el "descanso del guerrero", puesto que en efecto, durante un largo período de nuestra historia, nos guste o no, fue así... a pesar de ello, digo, creo que la iconografía de que disponemos, habrá de movernos a pensar de otro modo la esencial disarmonía de los sexos y su azaroso y nunca garantizado encuentro. 
Tal vez la "fortaleza" del hombre, representada por la invencible armadura, no sea sino una trampa, un destino fatal: incapaz de mostrar su fragilidad, el hombre se refugia en su armadura para resultar invencible a las armas de su enemigo, pero esa piel dura que lo protege se acaba convirtiendo en su más sórdida mazmorra: precisa alegoría del hombre que no puede amar a la mujer sin armadura, porque su simbólica desnudez lo feminizaría y lo volvería impotente. Los complejos y exquisitos rituales del amor cortés dan cuenta de la siempre imcompleta, precaria sublimación del sexo en amor... 
Amour, mon A(r)mour...








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