jueves, 24 de noviembre de 2016

LA DEMOCRACIA Y LA MUERTE





LA DEMOCRACIA Y LA MUERTE



Todos hablamos de democracia, todos deseamos la democracia, apostamos por ella, votamos por ella.

En la democracia caben todas las opiniones, expresión de nuestra diferencia, de nuestra diversidad. Sin embargo, las diferencias nos separan, nos dividen, nos enfrentan, y todo el mundo tiene el mismo derecho a decir y hacer lo que sus principios y convicciones le dictan. Esta es la premisa básica de la democracia, el axioma que enuncia su posibilidad misma y, a la vez, por tanto, y paradójicamente, representa al mismo tiempo su principio de imposibilidad. Todas las metáforas de la hermandad, de la fraternidad, los revolucionarios deseos de igualdad, se enfrentan siempre con las subjetividades individuales, poseídas por las pulsiones, los celos, los complejos de superioridad e inferioridad, etcétera.

Aquello que nos une (la diferencia), nos separa. La democracia es siempre, por tanto, no una realidad lograda de una vez por todas, sino un pro-yecto, un por-venir. Es, por decirlo así, un ideal al que tendemos, un faro que, en los mares tempestuosos de la convivencia en la polis, guía nuestro timón hacia puerto seguro.

Sin embargo,¡Ay, sin embargo! Hay una sola cosa en este mundo absolutamente democrática: la MUERTE. Es lo único en este absurdo e inexplicable universo que nos hace a todos iguales. Esto se sabe en Occidente al menos desde la Edad Media.

El ser humano no es como los animales, cuyo instinto de supervivencia les preserva de las condiciones externas que ponen en peligro la vida. Pero en el hombre el instinto de supervivencia es otra cosa: un ser humano puede preferir preservar una idea antes que su propia vida, por poner sólo un ejemplo.La relación del ser humano con la vida y la muerte es muy compleja. A veces uno prefiere morir antes que vivir, antes que seguir viviendo en determinadas condiciones. Y no siempre esta es una elección consciente, como es el caso del suicidio. La "elección", como ya dijo Freud, es forzada, porque es inconsciente: la muerte viene siempre de forma intempestiva, inoportuna, imprevista, o al menos así la experimentamos a menudo. Pero hay quienes se sientan a esperarla, quienes la aman y la adoran, quienes fundan y siguen culturas de la muerte.

En definitiva, ésta sólo pretende ser una pequeña, humilde meditación más allá de la política, una reflexión metapolítica, si me lo permiten.

Guardar un minuto de silencio por alguien que ha muerto no significa ninguna complicidad con el fallecido, no es propiamente un homenaje a nadie. Es simplemente el reconocimiento colectivo de que TODOS sin excepción vamos a morir, de que la muerte llega por igual para todos. La enormidad de la muerte, su absurdo, su tremenda inminencia, es lo único que en ese pequeño, insignificante acto ritual, nos une y nos permite confraternizar. Todos, todos nosotros sin excepción, somos seres desamparados en un mundo en el que la única certeza absoluta (ni filosofías, ni religiones, ni ideales políticos) es la de que todos vamos a morirnos algún día.

Tal vez, si pensáramos un poco más en esto, las diferencias nos unirían un poco más de lo que nos separan, la discordia se transformaría en concordia, y la vida prevalecería un poco más sobre la muerte.

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